Al observar detenidamente las tramas urbanas que componen una ciudad es posible hacerse una idea de su historia y su crecimiento. Barcelona y Berlín son dos ejemplos muy distintos de cómo una ciudad es el reflejo de su historia.
Desde sus respectivos orígenes (Barcelona, consolidada por el imperio romano y Berlín como unión fundacional de dos pueblos nórdicos en el siglo XII) y por su posición geográfica, ya apuntaban tendencias dispares, pero las mayores diferencias surgieron a partir de la segunda mitad del siglo XIX en Barcelona y la segunda mitad del XX en Berlín.
En Barcelona se desarrolló el Plan Cerdà, de nueva construcción en forma de retícula, mientras que en Berlín, ciudad consumida y dividida por la Segunda Guerra Mundial (y después la guerra fría), lo que hacía falta era una reconstrucción casi completa. Esto, unido a la gran extensión del área urbana de Berlín ha hecho que esta ciudad crezca y se regenere de formas muy sectorizadas. En Berlín no existe un “centro de la ciudad” como entendemos aquí, sino que es un sistema zonificado y en muchos casos de uso segregado, con zonas casi exclusivamente dedicadas a oficinas y administración (de arquitectura contemporánea), que muchas veces no siguen ningún tipo de pauta o alineaciones unas con otras. Todo esto salpicado por grandes espacios verdes y enormes plazas, y siempre con huellas de lo que queda del Berlín de pre-guerra. Por otro lado, el Berlín comunista tiene una imagen mucho menos progresista por el gobierno soviético que la dominó hasta la caída del muro. Se caracteriza en su mayor parte por las hileras de bloques residenciales aislados construidos durante la guerra fría.