
El agua. Es agua; todo lo que nos rodea es agua. Vivimos en superficies rocosas bañadas por un mar infinito. Precisamente la inmensa mayoría de todo el agua de la Tierra es salada; el 98%. Es irónico lo indispensable que resulta, la gran cantidad que existe y lo poco que podemos consumir (ver el gráfico circular). Y aún es peor la poca consideración que tenemos, malgastándola sin mayor cargo de conciencia.
Hoy en día, parece que nos hemos percatado del valor de este bien escaso y se han puesto en marcha numerosas operaciones: limitaciones de uso, sistemas depurativos... Puede que parte de esa despreocupación sea a causa de que el ciclo del agua, en la naturaleza, funcione como un ciclo cerrado; por lo que siempre tendremos agua ya sea de una forma u otra. Es común la utilización de embalses para almacenarla, tenerla disponible cuando se necesite. En el parque natural de Aiako Harria se ubica el embalse de Añarbe, del que un 63% es para abastecer la ciudad de San Sebastián. Es un territorio poco humanizado donde el riesgo de contaminación por residuos industriales, urbanos o domiciliares es prácticamente inexistente; la calidad del agua es alta.
Sin embargo, tras haber cubierto las necesidades de los ciudadanos toda agua se ensucia como se ensucian las aguas pluviales que arrastran la porquería de la ciudad. Tanto Donostia como Barcelona se deshacían, hasta hace relativamente poco, de todos los sucios restos ocultándolos bajo el manto del mar. Desde hace unos años, en cambio, se intenta que el mar no se convierta en un vertedero. Vertedero sin límites visibles que se extiende hasta el horizonte. Para controlar esos vertidos, las ciudades poseen depósitos: el que visitamos en la capital catalana, el Emisario submarino de Mompás en la capital guipuzcoana.
Por otra banda, hay que tener en cuenta que en ese ciclo cada fase tiene su propio ritmo. En el clima Atlántico son numerosas las precipitaciones. En el Mediterráneo, por el contrario, tienden a ser escasas pero con el riesgo de convertirse peligrosas cuando llegan de golpe.
De este tipo de control también se encargan los depósitos. Me sorprendió la gran capacidad de los depósitos de Barcelona. No era consciente del volumen que suponían las capacidades enumeradas hasta que lo comparó con piscinas olímpicas. Me quedé impresionada, sobre todo con el hecho de que son unos espacios con dimensiones tan grandes que ni siquiera se ven en la ciudad. No es sólo que no los vea, sino que tampoco me había percatado de su presencia.
En Donostia hay un proyecto, con previsiones en un futuro cercano, de sustituir el Emisario submarino de Mompás por E.D.A.R. de Loyola (Estación Depuradora de Aguas Residuales). Pero, además de las instalaciones, también será tramitado y modificado el actual reglamento.
Al fin y al cabo, es imprescindible mejorar los sistemas de depuradoras y depósitos con las ventajas que nos brinda la tecnología para intentar que ese círculo no se interrumpa en ninguna de sus fases.

Hoy en día, parece que nos hemos percatado del valor de este bien escaso y se han puesto en marcha numerosas operaciones: limitaciones de uso, sistemas depurativos... Puede que parte de esa despreocupación sea a causa de que el ciclo del agua, en la naturaleza, funcione como un ciclo cerrado; por lo que siempre tendremos agua ya sea de una forma u otra. Es común la utilización de embalses para almacenarla, tenerla disponible cuando se necesite. En el parque natural de Aiako Harria se ubica el embalse de Añarbe, del que un 63% es para abastecer la ciudad de San Sebastián. Es un territorio poco humanizado donde el riesgo de contaminación por residuos industriales, urbanos o domiciliares es prácticamente inexistente; la calidad del agua es alta.
Sin embargo, tras haber cubierto las necesidades de los ciudadanos toda agua se ensucia como se ensucian las aguas pluviales que arrastran la porquería de la ciudad. Tanto Donostia como Barcelona se deshacían, hasta hace relativamente poco, de todos los sucios restos ocultándolos bajo el manto del mar. Desde hace unos años, en cambio, se intenta que el mar no se convierta en un vertedero. Vertedero sin límites visibles que se extiende hasta el horizonte. Para controlar esos vertidos, las ciudades poseen depósitos: el que visitamos en la capital catalana, el Emisario submarino de Mompás en la capital guipuzcoana.
Por otra banda, hay que tener en cuenta que en ese ciclo cada fase tiene su propio ritmo. En el clima Atlántico son numerosas las precipitaciones. En el Mediterráneo, por el contrario, tienden a ser escasas pero con el riesgo de convertirse peligrosas cuando llegan de golpe.
De este tipo de control también se encargan los depósitos. Me sorprendió la gran capacidad de los depósitos de Barcelona. No era consciente del volumen que suponían las capacidades enumeradas hasta que lo comparó con piscinas olímpicas. Me quedé impresionada, sobre todo con el hecho de que son unos espacios con dimensiones tan grandes que ni siquiera se ven en la ciudad. No es sólo que no los vea, sino que tampoco me había percatado de su presencia.
En Donostia hay un proyecto, con previsiones en un futuro cercano, de sustituir el Emisario submarino de Mompás por E.D.A.R. de Loyola (Estación Depuradora de Aguas Residuales). Pero, además de las instalaciones, también será tramitado y modificado el actual reglamento.
Al fin y al cabo, es imprescindible mejorar los sistemas de depuradoras y depósitos con las ventajas que nos brinda la tecnología para intentar que ese círculo no se interrumpa en ninguna de sus fases.