lunes, 1 de marzo de 2010










Es curioso lo diferente que puede llegar a ser el significado de la palabra “isla”. En un primer momento, aparece en mi mente una parte de tierra rodeada de agua; el más típico, con su náufrago bajo la sombra de la palmerita vigilado por hambrientos tiburones.
Así se puede entender Ciutat Vella; antiguas construcciones rodeadas de nuevos edificios por los que corren turistas sin piedad, disparando con su cámara a cualquier posible objetivo. Ya comenté que me sorprendieron positivamente los rincones especiales del anterior recorrido, aquellos que a simple vista quedan escondidos. Escondidos, como lo están los cocos a ojos del náufrago bajo las hojas de las palmeras.
También Collserola se puede definir con la palabra “isla”, tal como se dijo el martes. Tan densificado como Ciutat Vella; todo edificados, todo vegetación. En cambio, se puede respirar aire limpio. Domina la sensación de libertad. Contra todo pronóstico, Collserola ha resultado ser una isla verde rodeada de áreas metropolitanas que se intentan frenar en su implacable avance devastador, a nada menos que 15 minutos de una ciudad como Barcelona. ¡Vaya descubrimiento!
Desde un primer momento tuve claro que no me encontraba en un parque urbano, a pesar de su cercanía. Al cruzar la gran puerta de entrada y toparme de frente con esos troncos cuyo diámetro no alcanzaba a abrazar, me acordé de los inmensos árboles del parque Cristina Enea de Donosita.
Según íbamos subiendo por los caminos, adentrándonos en el bosque, empezaron a mezclarse imágenes del parque natural de Pagoeta (Zarautz, cerca de Donosita) con los de Crisitina Enea. El parque de San Sebastián también se encuentra rodeado de ciudad, pero conserva extensos prados y hermosísimos árboles, con incontables años de vida recorriendo sus innumerables ramas. Sin embargo, pronto comprendí que se trataban de cosas diferentes; bien por la escala, bien por el nivel de artificialidad del parque.
Por ello, comencé a relacionar Collserola con Pagoeta. Ambos son espacios cercados por ciudades que intentan conservar su mundo interior intacto. Aunque no se ven, se percibe la presencia de los animales por los rastros que dejan. Hay verdadera vida.
Me alegra ver cómo se ha contenido la urbanización tan productiva económicamente; el parque ha sido fiel a sus límites. Hay caminos que no se pueden cortar, como la carretera que lo cruza. Por eso, aceptando estos casos, es más fácil realizar las modificaciones necesarias para respetar al máximo el entorno.
Supongo que Zarautz y Orio, pueblos que limitan el parque de Pagoeta, seguirán creciendo paulatinamente hasta llegar a un punto que, o se frena su crecimiento por esa zona, o acabarán por comerse el parque. Me gustaría pensar que seremos capaces de guardad este tipo se espacios de los tiburones que los acechan. Como por ejemplo se está haciendo con Collserola.